ARTÍCULOS
Economía, política y cultura en tiempos de globalización
Guillermo Pérez Arango*
* Abogado. Magíster en Estudios Políticos, Económicos e Internacionales contemporáneos. Docente de la Facultad de Derecho, Universidad de Medellín y de otras universidades de la ciudad.
Uno de los términos más usados hoy en día en casi todas las disciplinas sociales es el que nos va a ocupar en este ensayo. Todo el mundo habla de la globalización de todo: de la economía, de la cultura, de la política, de la ciudadanía, del territorio. No pareciera haber un horizonte distinto en este fin de siglo que el de la universalización, el de lo trans-nacional. Y en ese horizonte se lanzan al debate enfoques que contraponen lo nacional o particular a lo global, espacio territorial a red virtual, tecnología de punta a recursos naturales.
En este escrito, me propongo exponer algunas ideas generales sobre las relaciones que hoy se vienen dando en esta era de globalización que se iniciara hace cuatro siglos, entre economía, política y cultura, incluidos en lo político aspectos como el territorio, la democracia y la ciudadanía. Pretendo mostrar cómo lo global no es el ''otro'' espacio de lo transnacional o mundial que exista paralelamente a lo regional, lo nacional y lo local, sino que es la manera como se expresan hoy en día las relaciones mismas entre tales entornos y lo que en ellos sucede, al igual que las ''realidades'' resultantes de dicha dinámica.
Partiendo de la idea que la globalización es un ''proceso'', una tendencia que se viene consolidando en un mundo aún segmentado en los espacios de lo nacional, se observan señales como la de un predominio muy fuerte de la economía sobre la política en el mundo contemporáneo, debido a que los mercados subyugan con una intensidad creciente la autonomía decisional y la capacidad de iniciativa de los gobiernos y de los políticos. De ahí la percepción que las respuestas ''políticas'' a las crisis económicas sean cada vez más dictadas por el propio mercado, y no el resultado de la política entendida como plan de acción racional con una relativa autonomía. Y ello se evidencia en el hecho de que los recetarios de medidas a disposición de los gobiernos nacionales para enfrentar desajustes macroeconómicos tienden a ser muy semejantes en cuanto a estrategias. La misma imagen del tecnócrata nos remite al escenario, por cierto muy sobreactuado, de la oposición entre economía y sociedad, entre mercado y bienestar. Quizás en esto haya mucho de lo que dice Elie Cohen: ''al contrario de lo que se entiende normalmente, la tiranía, de lo económico es, en primer lugar, el efecto de la parálisis política de nuestros gobiernos''.1 La pregunta es por qué se produce o de dónde viene esa parálisis.
Lo cierto, es que vivimos una época en que el descrédito de la política tiene mucho que ver con dos hechos: uno, la agudización de las diferencias sociales generada por el mercado, tanto en los países industrializados, caso Inglaterra y Estados Unidos por ejemplo, y en los en vía de desarrollo; y dos, la ampliación de la brecha en materia de capital y tecnología entre unos y otros. La devaluación de la política como mecanismo capaz de corregir este tipo de desfases se expresa en la crisis del principio de igualdad heredado de la Ilustración y en el correlativo auge de las tesis liberales de filósofos como John Rawls, quien construye su teoría de la justicia partiendo del reconocimiento de las desigualdades entre los hombres, sobre todo, en cuanto a la propiedad, en una invocación nostálgica de la polis griega y de Locke.
Sin embargo, en América Latina se viene insistiendo en la necesidad de poner en ejecución ''políticas'' de Estado que permitan una adecuada inserción de los países del área en la escena internacional. Pero sucede que la globalización se aleja cada vez más de la mayoría de las economías de la región, y lo hace en dos direcciones: de un lado, hacia una muy estrecha relación entre competitividad internacional e intercambio de bienes manufacturados con un alto contenido de especialización y tecnología, como es el caso de las industrias de la informática, de telecomunicaciones y automotriz, y del otro, hacia una ausencia progresiva de los productos tradicionales o basados en recursos naturales en los renglones de exportación de los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), productos que siguen representando una parte muy considerable de las exportaciones de nuestros países. Mucho se ha escrito sobre los factores que han coadyuvado a ese alejamiento, pero en particular quiero resaltar uno que considero crucial para comprender la realidad por la que atravesamos: la mezcla esquizoide entre tradición y modernidad, entre semántica de lo legal y praxis de lo ilegal, entre proteccionismo y competitividad. La política atrapada en una tradición mercantilista y patrimonialista que impide a los mercados nacionales acceder a un globalismo competitivo, de eficiente asignación de recursos y acumulativo.2
Otra de las señales visibles en esta época es un nuevo sentido de la territorialidad. El replanteamiento del concepto clásico de soberanía como el ejercicio legítimo y autónomo de autoridad sobre un territorio es el hecho más notable ocurrido al interior del espacio nacional en este tiempo. El territorio, uno de los viejos elementos constitutivos del Estado nacional, empieza a dejar de ser jurisdicción de una autoridad autónoma, especialmente, en los asuntos económicos. Un ejemplo bien diciente es el Euro, el cual ha significado la transferencia desde los Estados nacionales hacia la autoridad supranacional europea de uno de los emblemas por excelencia de la soberanía estatal como poder independiente: la facultad de acuñar moneda. El territorio nacional pasa, entonces, de ser ámbito de autoridad omnímoda a zona de administración limitada, con una tendencia hacia la flexibilización de sus fronteras con relación a operaciones como el tráfico de las finanzas internacionales.
Y esta flexibilización pareciera deberse a una especie de desplazamiento del territorio físico como único lugar de producción e intercambio de bienes, servicios y dinero por otro nuevo lugar: el ciberespacio, la internet. Sin duda se trata del descubrimiento de un nuevo ''territorio'', del hallazgo de otro espacio más con otra forma de ''navegar'' por el mundo. Espacio en el que ''suceden'' hechos capaces de alterar gravemente el ambiente político y económico de las sociedades contemporáneas, como es la especulación financiera vía movilización automática a través de internet de los llamados ''capitales golondrina'' que entran y salen de las economías nacionales sin control gubernamental e internacional alguno, con el único fin de obtener ganancias rápidas y sin importar las consecuencias sociales de las crisis que generan. De ahí el valor estratégico de la red en lo político y lo económico, su literal carácter de zona, de lugar.
Pero desde luego, esto no implica que el territorio físico haya dejado de ser un referente muy importante en las relaciones entre las culturas y las economías del mundo. La competitividad y las innovaciones tecnológicas, factores fundamentales de las tendencias globalizadoras, son una muestra de ello. Es sabido que la tecnología es una de las principales impulsoras de la producción y el comercio mundial, y por consiguiente, es hoy en día el eje de la competitividad a nivel internacional. También es innegable el protagonismo de las empresas transnacionales como innovadoras y propagadoras de los progresos en el campo de la tecnología. Sin embargo, es necesario tener presente la contribución de las culturas y las economías nacionales a esos avances. Porque ''la competitividad depende desde el principio de las condiciones reinantes en el mercado interior. Las características de las innovaciones son dictadas por el tamaño del país, por su cultura, por la estructura de su economía, por los hábitos de trabajo, por los gustos de los consumidores, por los medios y las competencias que pueden ser movilizadas. El hecho nacional es igualmente tan importante, si no más, en los métodos de gestión. La nacionalidad de una empresa no tiene que ver tanto con la propiedad del capital como con la cultura de la cual ella está impregnada. Hay ciertas técnicas que son transferees, pero siempre hay algo irreductible que no lo es y que está en el corazón de la ventaja comparativa de cada nación''.3 Esto último tiene relación con un planteamiento de Cohen en el sentido de que los Estados, mediante políticas macroeconómicas e infraestructuras materiales e inmateriales, influyen en hacer de su espacio nacional el territorio más atractivo para la localization de actividades de empresas multinacionales, induciendo así tipos de especialización.4
También hay que resaltar cómo las llamadas políticas neoproteccionistas que se han venido imponiendo en todo el mundo como una reacción de los sectores más sensibles de las economías nacionales a las reducciones arancelarias acordadas en el marco del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), hoy Organización Mundial del Comercio (OMC), producen un efecto de muy fuerte segmentación territorial de los mercados, pero en especial del agrícola, llegando a una revalorización de las fronteras nacionales como los clásicos límites Ínter-Estados que aún siguen separando, inclusive al interior de acuerdos regionales tan avanzados como la Unión Europea, a los países entre sí.
Un hecho que también vale la pena resaltar con relación al territorio, es la creciente pérdida de su valor como elemento indicativo de potencia del Estado en muchas regiones del mundo. La extensión territorial ya no es, necesariamente, signo de poder, ya no es la gran aspiración para muchos gobiernos y sociedades nacionales como lo era hace apenas unos años. Para la muestra tenemos casos como el de la partición de Checoslovaquia que obedeció en últimas al deseo de los prósperos checos de librarse de los eslovacos pobres, y el de Hungría que ya no sueña con anexarse los territorios vecinos donde viven minorías húngaras y rumanas porque ello sería incompatible con su intención de integrarse a la Unión Europea. Es lo que Pascal Boniface llama la ''balcanización del mundo'', la ''proliferación estatal'', que se refleja en hechos como el número de Estados en Europa: en 1923 eran 23 y las fronteras sumaban 18.000 kilómetros, mientras en 1998 eran 50 con 40.000 kilómetros de fronteras.5
La reactivación del tema de las identidades nacionales también está relacionada con la cuestión territorial. El debate sobre la no coincidencia entre fronteras territoriales e identidades nacionales que ha ganado bastante fuerza en esta era de posguerra fría, pone al descubierto las diversas formas de conflictividad que hoy afectan a muchas sociedades nacionales. Y no son pocos los conflictos que en la actualidad están asociados a la posesión del territorio, a la delimitación de fronteras, pero con la particularidad con respecto a pocos años atrás, que hoy tales disputas ligan mucho más estrechamente territorio e identidad. Ya no se trata de la geografía dividida de acuerdo con linderos ideológicos, ya no es el área estratégica o zona de extensión o contención de dominio militar y político, estilo bipolar; es el territorio como espacio de encuentros y desencuentros entre culturas, entre etnias, entre sociedades. Es lo nacional mismo, como territorio de multi-regiones, de multi-culturas, de multi-sociedades, es decir, como región de lo heterogéneo, de lo cambiante.6 Hasta el punto de que en el centro de las discusiones sobre las identidades colectivas como ''hechuras'' constantes de los diversos subgrupos sociales se ha colocado el tema de los consensos o de cómo hacer coexistir ''reflexivamente'' en un mismo territorio las diferencias, porque es claro que la idea no es suprimirlas. El problema es que el mercado con sus efectos profundizadores de la exclusión social acelera los disensos en vez de posibilitar los consensos. 0 como lo diría Javier Protzel, la globalización económica facilita la interculturalidad pero no la ''convivialidad''.7
Esto último nos remite al tema de la democracia. La creciente des-socialización del capital que caracteriza a este final de siglo, va de la mano con un significado de la democracia en el que prevalece el instrumento sobre la decisión, el procedimiento sobre la reflexión del ciudadano. Porque la lógica de la acumulación por encima de la del bienestar produce un efecto tal, de fragmentación de las sociedades, que hace muy difícil la puesta en práctica de democracias liberales más materiales que formales, es decir, de sistemas políticos en los que se combinen elecciones libres y transparentes con libertades y derechos básicos del ciudadano. Por eso es cierto que, en un momento dado, la democracia fue desplazada por el mercado como el referente por excelencia de los procesos de legitimación de la institucionalidad política. Pero el mercado pronto comenzó no sólo a generar nuevas contradicciones sociales sino a agravar las ya existentes, de tal manera que no es casual que uno de los problemas más recurrentes y de mayor envergadura de las democracias contemporáneas en todo el mundo sea, justamente, el de la legitimidad. De ahí que tampoco sea fortuito que ante las escasas posibilidades de construir legitimaciones a partir de la democracia y el mercado se esté produciendo un giro hacia un sentido ético del ejercicio de la política como fuente de legitimidad del establecimiento. Un ejemplo son las políticas de Estado mínimo, propias del neoliberalismo anglosajón de los años 80 que se promocionaron en nombre de una ética de la eficacia como criterio regulador del servicio público.8
El auge de la democracia instrumental o meramente competitiva por el poder, democracia i-liberal en los términos de Fareed Zakira9 mucho más acentuado en países con una tradición de débil institucionalidad política como Colombia, es entonces consecuencia de la imposibilidad de un ejercicio de la ciudadanía desde derechos tan diezmados hoy en día como la libertad, el derecho al trabajo y a una vida digna. Porque en la medida en que la vida privada, ese territorio de la casa, de los secretos, actitudes y decisiones de la casa, esté siendo todos los días más agobiada por el despotismo de la imagen y el lenguaje de los medios y por una serie de obligaciones creadas por este capitalismo consumista y esnobista que se expande en occidente, es obvio que la libertad de los modernos empieza a desvanecerse conjuntamente con el individuo. De esta forma, un hecho muy importante que influye en las relaciones democracia-mercado en la actualidad, sería la generalización de un significado más económico de la ciudadanía que se refleja en el apogeo de instituciones como los derechos del consumidor y el marketing político. Esto, debido a que en una sociedad de masas el ciudadano consumidor es el mejor ''cliente'' del propagandismo político que difunden los medios porque éstos lo cautivan más hacia el consumo de ''imagen'' que hacia la participación reflexiva. Se trata de una mediatización de la vida privada que aplasta con su simultaneísmo inconmensurable e informe: ''una'' palabra en el internet es al mismo tiempo ''millones'' de registros; la democracia es simultáneamente pluralismo y ''hegemonía'' de clase; la economía, libre competencia y monopolios.
El contacto entre culturas es otro de los de los acontecimientos de la globalización. Esta es una era de consumismo y cosmopolitismo que tiende a la universalización de códigos de conducta que, como ya se dijo, no sólo invaden sino que niegan la vida privada, con prohibicionismos que pretenden ser impuestos por un ''fundamentalismo puritano'' de corte anglosajón que busca incrementar a toda costa la capacidad productiva y de consumo del hombre-mercancía del capitalismo del siglo XXI, como es el rechazo casi que religioso al uso de drogas, al tabaquismo, al consumo habitual de alcohol, al sexo sin protección, etc. Utilizando una expresión de Michel Foucault, una ''microfísica'' del poder del capital deja sentir sus influjos depresores en el ánimo de excluidos sociales como los desempleados, los ociosos, los disminuidos físicos, los adictos.10 Una era de publificación de lo privado en la cultura y de privatización de lo público en economía.
Pero hasta qué punto se puede hablar de una cultura global norteamericanizada? Dice Lester Thurow: ''Aunque la economía americana se mantiene como la primera en el mundo, ella no puede ya dictar las reglas de juego como lo hacía en otras ocasiones. Hay otros jugadores, muchos otros jugadores y nuevos jugadores: Alemania, Japón, Francia, Asia del Sudeste (...) No es la cultura americana la que se impone, sino una cultura global. Ella retoma ciertos elementos del capitalismo americano, pero no puede ser asimilada a éste. Esta cultura global se impone ciertamente en inglés, pero los americanos mismos la miran como una cosa nueva, extranjera''.11 Inclusive, según Protzel, a nivel de la producción se habla de diferencias entre un capitalismo asiático en el que predomina una ''tecnología de procesos'', con costos más altos por la utilización de robots y por la organización del proceso productivo con base en criterios de ''calidad total'', y uno estadounidense en el que se impone una ''tecnología de productos'' de menores costos y muy cercana al modelo fordista. El mismo Thurow opone ''el comportamiento estratégico a largo plazo de la empresa nipona al apetito de la americana por la obtención pronta y máxima de dividendos''.12También es sabido que Francia ha sido habitual contestataria cultural de Estados Unidos en los últimos tiempos, y quizá con mayor fuerza desde el Plan Marshall.
En realidad no hay una cultura global con unas características propias que la diferencien, claramente, del resto de culturas existentes en el mundo. Lo que hay es un multiculturalismo en el que tienen lugar toda una serie de relaciones de intercambio que se traducen en confluencias, diferencias, convivencias, conflictos, etc. Al interior mismo de Estados Unidos, país de inmigrantes provenientes de todas las razas, lenguas, credos, costumbres, etc., sería imposible hablar de ''una'' cultura norteamericana que exportara su poder hegemónico al resto del planeta. Lo que sí hay es el predominio de una cultura anglosajona protestante que es mayoritaria con relación a las demás que conforman la nación estadounidense Y es esta cultura una de las tantas que viene oponiéndose a una globalización entendida como ''diálogo'' interculturas, como relación comunicacional transmisora de influencias recíprocas entre sociedades distintas y maneras diversas de ver el mundo. Una de las evidencias de esa oposición es, como lo decía más atrás, el fanatismo puritano que inspira el unilateralismo con el que se definen y se sancionan internacionalmente aquellas conductas que Estados Unidos considera criminales o atentatorias contra su seguridad nacional. El caso del narcotráfico muestra cómo un delito es revestido de toda una connotación de ''pecado'', con calificativos que parecen sacados de la biblia como ''plaga'' de la humanidad y ''flagelo'' social. Y ese mismo unilateralismo ha engendrado verdaderos adefesios jurídicos a la luz del derecho internacional público, como son la certificación y la llamada ''diplomacia de las visas'', con relación al narcotráfico, y la desafortunada ley Helms-Burton con respecto al conflicto con Cuba, para citar sólo dos casos.
Igualmente, el intento de occidentalizar el tema de los derechos humanos, objetivo en el cual tiene mucho que ver la diplomacia de las grandes potencias de este lado del mundo, extendiendo dicha visión como norma a culturas y sociedades con concepciones muy diferentes de la dignidad humana, como las islámicas y las del Asia central y oriental, por ejemplo,13 dificulta la construcción de una globalidad asumida desde el diálogo entre culturas. Y por el lado de América Latina las posibilidades de adelantar ese diálogo, de hecho, se ven afectadas por los grandes contrastes que enfrentan a Estado y sociedad y a las clases sociales entre sí. En el caso particular de Colombia, el conflicto interno está produciendo hacia adentro una profundización de la marginalización de las culturas tradicionalmente minoritarias, y hacia afuera la transmisión de una cultura de la barbarie que rememora el Estado de naturaleza hobbesiano.
En el tema de la universalización del modelo americano, suele involucrarse el de la revolución informática y sus efectos globalizadores del mercado, la sociedad y la cultura. Algo así como que estamos interconectados todos entre sí gracias al flujo constante de mensajes audiovisuales y de textos que circulan por todos los medios y desde todas partes. Es decir, se asocia el sólo tráfico y disponibilidad de información a comunicación o interacción con el mundo, a desmoronamiento paulatino de las fronteras culturales, políticas y sociales, ignorando que ''nuestra inserción en la nueva mundanidad tecnológica no puede ser pensada como un automatismo de adaptación socialmente inevitable sino más bien como un proceso densamente cargado de ambigüedades, de avances y retrocesos''.14 El problema está en qué es lo que se ve y se lee en los medios, quién lo hace, cómo lo hace, desde dónde lo hace, para qué lo hace. Lo que ocurre es que se echa en la misma bolsa de la globalización a todas las regiones, a todos los países, a todas las culturas.
Pero es evidente que la llamada globalización es un proceso que avanza a ritmos e intensidades diferentes, en el que se relacionan distintos contextos y donde operan fenómenos como la concentración y la oclusión, como en el caso del desplazamiento, cada vez mayor, de los adelantos tecnológicos y del capital hacia las zonas más industrializadas, mientras regiones como África y casi toda América Latina permanecen al margen. Concentración y exclusión que también se da al interior de lo nacional, como ocurre en la misma Latinoamérica, donde es sabido que los países presentan asimetrías muy profundas entre unas zonas urbanas mucho más globalizadas que las regiones rurales.
Frente a esas visiones homogeneizantes del mundo, muy cercanas, repito, a las tesis de la norteamericanización de lo global, las mismas universidades estadounidenses, y en mayor grado sus departamentos de historia, de sociología y ciencia política que los de economía y negocios, vienen insistiendo en que las diferencias de tradiciones, de instituciones y de fuerzas políticas y sociales entre los países impiden casi siempre a las mismas causas, incluidas las de carácter económico, producir los mismos efectos15
Esto debe llamar la atención sobre la necesidad de ser muy cuidadosos en la manera de abordar el cambio como elemento intrínseco de los procesos de globalización actuales, a fin de evitar caer en enfoques simplistas que por lo general asocian una mayor velocidad en las comunicaciones y las interpelaciones entre los actores con cambios en los diferentes entornos. No olvidemos que ''Los comportamientos sociales, los tipos y las estructuras son piezas que no se fundan fácilmente. Una vez formados, persisten, a veces durante siglos''.16
Tampoco sobreestimar el cambio como acontecimiento que distingue a estos tiempos de los anteriores, a la manera de muchos contemporáneos de todas las épocas que creyeron que su era tenía la particularidad de ser la del cambio. Porque es evidente que la historia de la humanidad es, ante todo, la historia del cambio, de revoluciones tan trascendentales en la vida de occidente como el contacto de la Europa del mal llamado ''oscurantismo'' medieval con el mundo griego que posibilitaron los árabes; como la reforma protestante y el racionalismo iluminista. Ahora, cabría preguntarse qué entrecruzamientos de épocas y lugares, de saberes e ideales antiguos y modernos, de ires y retornos, son los que subyacen en lo contemporáneo, en aquello que siempre da la impresión de ser lo nuevo, el cambio? O acaso no se avizora en la astronáutica de principios del tercer milenio la misma ansiedad del gótico del siglo XII por elevar la mirada más allá de la tierra, por des-aterrar al hombre? La misma revolución tecnológica está exigiendo una visión ecológica del mundo en que vivimos, un retorno a la madre naturaleza de los tiempos de las técnicas no contaminantes y, por qué no, del romanticismo de los siglos XVIII y XIX.
Conclusiones
Este es, a grandes rasgos, el paisaje de la llamada globalización de final de siglo, en el cual los procesos económicos están decidiendo gran parte del futuro de la política, del Estado y de la sociedad en general. Donde un continuo repliegue del Estado de los asuntos del mercado ha coincidido con la aparición de unas sociedades que paradójicamente se han masificado más en torno a objetivos individualistas como la urgencia de satisfacer aquellas necesidades que pudiéramos denominar naturales o primarias –la física supervivencia– que alrededor de otros de carácter más general como el bienestar. Se trata del imperativo de competir por un lugar en la sociedad ya no tanto mediante el ejercicio de unos derechos políticos sino por la vía de la producción y el consumo. El resultado es una ciudadanía tan inestable como el empleo, un debilitamiento del significado institucional del Estado y una merma del valor, administrativo de la política y normativo de la ley con relación a los problemas más apremiantes de nuestro tiempo: la excesiva monetarización de la vida humana; el canibalismo social del modelo capitalista transnacional; los conflictos interculturas en un mundo fraccionado por la guerra, la xenofobia, la desigual disponibilidad de recursos, la aculturación por la fuerza.
De ahí, que sea urgente insistir en la necesidad de encarar con un mayor sentido del compromiso los procesos de regionalización que se vienen llevando a cabo en el mundo, como una manera de posibilitar ese ambiente de diálogo inter-economías e inter-culturas que a su vez permita la ''convivialidad'' que la globalización ha impedido hasta ahora. Ambiente en el cual el norte y el sur deben aportar sobre todo voluntad de consenso para afrontar con toda la energía del caso todos esos problemas. Revalorizar la política como instrumento adecuado para la resolución de los conflictos y de la situación actual de crisis tanto en lo nacional como en lo internacional. Acelerar lo que, por el momento, es un principio de convenio multilateral sobre controles a la globalización financiera, de manera que se establezcan mecanismos de regulación eficaz al ingreso y salida de los capitales transnacionales de las economías domésticas.
Nosotros los latinoamericanos nos quejamos, permanentemente, de la incomprensión y el maltrato de las potencias y de las organizaciones multilaterales como el FMI y el Banco Mundial. Si bien eso sucede, también es cierto que nos ha faltado encarar con toda la firmeza del caso nuestra propia problemática, nuestro caos social, económico y político que se refleja en hechos como la reactivación de los autoritarismos, el profundo irrespeto por la ley, la depredación de lo público como criterio de ejercicio del poder, la pauperización de vastos sectores de la sociedad, la pérdida de valor de la vida humana, el ineficiente aprovechamiento de los recursos, en fin, tantas situaciones que no hemos sido capaces de enfrentar hasta el presente. Porque para nadie es un secreto que estos problemas impiden, en buena parte, que la mayoría de los países de la región se integren a ese juego de las interacciones, los intercambios y las influencias recíprocas que es la globalización. En ese sentido, nuestras culturas también están siendo un obstáculo al interculturalismo que mencionamos más atrás.
Y hacia el interior de lo nacional también hace falta el diálogo entre unas culturas Tiayoritarias predominantemente urbanas y otras minoritarias asentadas en el campo y la ciudad. El problema es cómo posibilitar esos contactos en sociedades con conflictos armados tan intensos como el colombiano, igualmente, es necesaria la resolución del conflicto Estado-sociedad, que empezaría por una lucha frontal contra factores fuertemente deslegitimadores de lo público como la injusticia social, la corrupción y la impunidad. En el caso de la primera, comparto la idea de que mientras no se cuestione el modelo económico mismo o no se plantee la discusión y se emprendan las acciones correspondientes alrededor del tema de la propiedad, las cosas cambiarán muy poco. Y sobre la corrupción, sería vital la difusión permanente de un mensaje de desacreditación social esa clase de enriquecimiento que ayudara a estigmatizar la figura del delincuente político, ordenado por los jueces a una ''muerte'' burocrática y electoral. Por último, sobre el conflicto colombiano considero importante continuar la política de internacionalizar la cooperación para hallarle una salida negociada a la guerra. La parte crítica del asunto que siendo la voluntad de los actores de llegar a una paz entendida como ausencia e conflicto pero con justicia social, y el espacio que se le abriría a la llamada ''sociedad vil'' tanto en las conversaciones como en la ejecución de los eventuales acuerdos.
NOTAS:
1 COHEN, Elie. Soberanía Nacional y Globalización Económica, en Revista de Occidente, Madrid, No. 167, abril de 1995, pág. 75.
2 Un ejemplo de lo anterior fue lo que sucedió en Colombia con las políticas de competitividad por sectores adoptadas durante el gobierno Samper, las cuales fracasaron debido a la cultura del proteccionismo, de la renta y el privilegio, que hizo que se pensara más en el mantenimiento del statu quo que en la renovación. Garay, Luis J., entrevistado por Cristina Valdés. ''El Sistema no Aguanta más Remiendos'', en revista Cambio 16, Santafé de Bogotá, No. 257, mayo de 1998, pág. 32.
3 GUAIÑO, Henry, Le mythe de la mondialization. Un point de vue original, en Le Monde, Dossiers y Documents, Paris, No. 258, octubre 1997, pág. 8.
4 COHEN, Elie, Op. cit. pág. 92.
5 BONIFACE PASCAL, Danger. Proliferation Etatique, en Le Monde Diplomatique, No. 538, enero de 1999, pág. 32.
6 Manifestaciones de estas realidades múltiples son los separatismos o nacionalismos del tipo de las exrepúblicas soviéticas, los Balcanes y Kosovo, para citar los más destacados. 0 inclusive las recientes tensiones autonomistas en países con una larga tradición de respeto a las diferencias de identidad, como Suiza, las cuales se hicieron evidentes en el referéndum sobre el ingreso de la Confederación Helvética a la Unión Europea, certamen que despertó rencores y una peligrosa intolerancia entre la población francesa partidaria del si, y los cantones alemanes que se opusieron en nombre de la identidad nacional. Otro incidente en este mismo país se produjo hace poco con motivo de la decisión de la aerolínea Swissair de trasladar a Zurich el despegue de quince de sus vuelos internacionales, la cual desató la ira en el cantón de Ginebra y las consiguientes demandas de los ginebrinos de abandonar la confederación. En el caso de muchos grupos indígenas latinoamericanos, pareciera que sus luchas por el derecho a conservar su identidad se centraran, cada vez más, en la reivindicación del territorio como elemento esencial de su cultura.
7 PROTZEL DE AMAT, Javier, Auge de la Globalización y Crisis de la Universalidad, en revista diálogos de la comunicación, Felafacs, Lima, 1999, pág. 55. En esa problemática se enmarca la propuesta del premier británico Tony Blair de asignarle a la empresa multinacional una responsabilidad social que consistiría en la lucha contra el desempleo y la exclusión, y en fomentar la formación y la defensa del medio ambiente. Igual, la proposición del Secretario del Trabajo de Estados Unidos Robert Reich, de incitar a las empresas americanas a asumir comportamientos ''responsables'' mediante la destinación del 2% de su masa salarial a la formación de personal, y del 3% a un fondo de pensión y a la reducción de las diferencias salariales en la empresa. ¿Serán golpes de pecho del modelo anglosajón Reagan-Thatcher?
8 Para una mayor ampliación de este tema, ver Francés G. Pedro, La Moralidad de la Eficacia, Un Comentario a ''Contribuciones del Utilitarismo Contemporáneo a la Ética de las Decisiones Públicas'', de Julia Barragán, en Isegoría Revista de Filosofía Moral y Política, Madrid, No. 18, mayo 1998, págs. 165-179.
9 ZAKIRA, Fareed, The Rise of Illiberal Democracy, en revista Foreign Affairs, New York, volumen 76, No. 6, noviembre-diciembre 1997, págs. 22 a 43.
10 En enclaves históricos del calvinismo, como algunos cantones suizos, los divorciados suelen considerarse excluidos sociales.
11 THUROW, Lester, entrevistado por Erik Izraelewicz: Vers une culture globale. Quand la culture devient merchandise.., en Le Monde, Dossiers y Documents, No. 263, marzo 1998, pág. 4.
12 Citado por Protzel de Amat, Javier, op. cit., pág. 55.
13 De Souza Santos, Boaventura. Hacia una concepción multicultural de los derechos humanos, en revista Análisis Político, Universidad Nacional, Bogotá, No. 31, mayo-agosto 1997, págs. 3 a 16.
14 BARBERO, Jesús M. Globalización comunicacional y descentramiento cultural, en revista diálogos de la comunicación, 1999, págs. 27 a 42.
15 HALIMI, Serge, De la Folie des Marches á la Recession, Le naufrage des dogmes libéraux, en Le Monde Diplomatique, octubre de 1998, pág. 19.
16 SCHUMPETER, Joseph, citado por Halimi, Serge, op. cit.